Los problemas de la cadena de suministro provocados por la pandemia han sido especialmente difíciles para cualquier industria y sector. Para superar estos retos, muchos fabricantes están acercando sus operaciones a casa y, más literalmente, bajo un mismo techo.
Esto se denomina integración vertical, y se produce cuando la cadena de suministro de una empresa es propiedad de ésta y está gestionada por ella, lo que le permite controlar directamente las etapas de su ciclo de producción en lugar de subcontratarlas a contratistas externos o instalaciones de terceros.
Hoy en día, la mayoría de las organizaciones persiguen la integración vertical desde los puntos de vista del control, el riesgo y la flexibilidad. Control de los recursos, limitación o asunción de riesgos y flexibilidad para cambiar rápidamente de dirección sin la carga de los compromisos. El control de estas tres filiales pretende crear un suministro estable de insumos y garantizar una calidad constante en sus productos finales.
La cadena de valor está formada por todas las empresas y personas que intervienen en el proceso de producción, desde los proveedores de materias primas hasta los clientes finales que compran los productos acabados. Los fabricantes suelen ocupar un espacio en medio de esta cadena, pero mediante la integración vertical pueden ampliar su alcance, y sus beneficios, dentro de la cadena de valor.
Los fabricantes logran la integración vertical cuando controlan o poseen elementos dentro de una cadena de valor más allá del componente central de fabricación. Esto puede ocurrir tanto en sentido ascendente como descendente; en sentido descendente, suelen incluirse los proveedores de materias primas, los fabricantes intermedios que convierten las materias primas en componentes utilizables, la fase de montaje de la fabricación, las redes de distribución para almacenar y mover los productos y los clientes finales que compran y utilizan los bienes fabricados. En el extremo opuesto, la integración hacia delante se produce cuando una empresa controla la distribución del producto, es decir, directamente al consumidor.
Esta estrategia permite a las organizaciones racionalizar sus operaciones asumiendo la propiedad directa de varias fases de su proceso de producción en lugar de depender de contratistas o proveedores externos.
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